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Orbituarios
En Iglesia de Casa, creemos que cada vida es un regalo precioso de Dios, y cuando uno de nuestros hermanos o hermanas en la fe parte de este mundo, no solo lloramos su ausencia, sino que también celebramos con profundo amor y gratitud la vida que vivieron. Nuestra comunidad honra a los que han partido con respeto, dignidad y esperanza, recordando que la muerte no es el final, sino el comienzo de una vida eterna en la presencia del Señor.
Los obituarios en Iglesia de Casa no son solo anuncios de una pérdida. Son testimonios de vidas que impactaron, que sirvieron, que amaron y que caminaron con Dios. Son palabras que reflejan quiénes fueron, lo que significaron para sus familias, su comunidad y su iglesia. A través de ellos, damos gracias por cada momento compartido, cada sonrisa ofrecida, cada oración elevada, y cada acto de fe que dejó huella.
Creemos firmemente en las promesas de Jesucristo, quien dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Por eso, nuestros servicios y mensajes alrededor de los obituarios no están marcados por la desesperanza, sino por la esperanza gloriosa de la resurrección. En cada celebración de vida, buscamos consolar a los corazones heridos, pero también inspirar a los presentes a vivir con propósito, fe y amor, como lo hizo el ser querido que despedimos.
Cada ceremonia que realizamos en Iglesia de Casa es única y personal. Nos tomamos el tiempo para escuchar a la familia, conocer sus recuerdos, y compartir historias que realmente honren la memoria del ser amado. A través de palabras, música, oraciones y momentos de reflexión, creamos un ambiente donde se honra el legado espiritual y humano de cada persona.
Además, como familia de fe, nos comprometemos a acompañar a los dolientes no solo en el día del servicio, sino en el camino posterior de duelo y sanación. Ofrecemos oración, apoyo emocional, y un lugar seguro para expresar el dolor y encontrar consuelo en la comunidad y en Dios.
En Iglesia de Casa, celebramos la vida con gratitud, despedimos con honor, y miramos al cielo con esperanza. Porque aunque nuestros seres queridos ya no estén físicamente entre nosotros, su espíritu, su testimonio, y su amor siguen vivos, y confiamos en que nos volveremos a encontrar un día glorioso en la eternidad prometida por nuestro Salvador.
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